SHELMA T´astimu

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T´ASTIMU FILLA

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lunes, 9 de enero de 2012

Certamen de Navidad: La Misa del Gallo

       

     Sonó el despertador, con su -Qui-qui-ri-Quiii-. El niño despertó; con la almohada mojada y los ojos secos, pero abrazado a sus sueños. Preguntándose ¿Porqué lloran los gallos? ¡Vamos niño -gritó su madre-, o nos darán las uvas. Si no te levantas! Prepárate, iremos al pueblo con los abuelos. 
Su sangre se lleno de vida, las castañuelas sonaron en su mente, la zambomba rugía como un jabato. La voz de su abuelo cantaba por bulerías, y una camada grandiosa de primos, le abrazaban y besaban efusivamente.
       Él, en principio, esa demostración de amor le era nueva, sus padres y hermanas, no eran así. ¡Le querían, sí! Pero los besos y los abrazos, eran para los parientes lejanos. 
        Los pueblos del sur, son más cálidos; sobre todo en Navidad. La noche del 24, era todo un acontecimiento. Al oscurecer, salíamos en romería, de casa de los abuelos los 7. El pueblo del campillo, como así se llamaba, era famoso por sus juergas flamencas. Surcábamos los caminos cantando villancicos, saetas y que se yo...
        Mi padre caminaba sereno, distante del grupo, como si fuera un extranjero en su propia tierra. El primer caserío donde parábamos, era el de "chache pelao". Él, con su calva reluciente y su sombrero de alas, nos esperaba impaciente junto a sus 7 hijas: A cual más bella.
       ¡Ohhh Dios! Aquellos abrazos inocentes y esa lluvia de besos perfumados, los recibía como agua de mayo. Mis mejillas encendidas, bullían como ascuas. Y el latir del corazón de mis primas; mis 7 damitas flamencas, me hacía sentirme en el paraíso.
       Bueno, allí empezaba la verdadera fiesta. "Chache pelao", nos reunía junto al fuego, se descubría el sombrero y entonaba el Aleluya, imitando al maestro Morentes, con ese tono tan suyo y tan desgarrador. Y como si de un coro de ángeles se tratase, gorjeaban mis 7 musas flamencas.                                      Era un cuadro digno de ver, sus vestidos vaporosos, surcaban los aires con destreza; los lunares parecían cobrar vida. ¡Más, que decir de su baile! Esas piernas poderosas, que zapateaban y rompían el silencio, con su cante propio.
       Para mis ojos de ciudad, eran flores que danzaban y cantaban sobre el asfalto. No hay baile tan alegre y sensual como éste, ni repique de palmas tan armonioso. Rosita, la pequeña, rascaba con un tenedor una botella de anís y sus ojos morunos, relucían como una gata silvestre.
       Margarita, la más impulsiva, tocaba las castañuelas, como caballo que galopa, entre los maderos. Amapola, la vergonzosa, taconeaba como si estuviera poseída. María Luisa -maruchi-, la más perfumada y embriagadora, se subía los volantes hasta la cintura y volaba, más que bailar. 
       Mari juana, la rebelde, llevaba la voz cantante y retorcía sus manos, como si fueran abanicos. Azucena, palmeaba las panderetas y los cascabeles. Y Flor, la primogénita me seducía sacándome a bailar, en aquel jardín folclórico.
       Cuando el anís y los dulces se terminaron, seguimos la romería, esta vez ya eramos 15 cantando por los caminos de las huertas. A la entrada del pueblo, estaba la casa de los "Morachos", con la tita Encarna y su cuerpo menguante. Realmente parecía una niña con cara de vieja. Pero su camada era de 13 churumbeles. A mí, me parecía normal que fuera menguando, a medida que tenia los críos.
       Allí, la retorica de besos y abrazos era distinta, repulsiva. Yo les llamaba los mocosos, parecían poyuelos sucios, sudorosos y con el moquillo siempre colgando. Y por mas que me limpiaba con la manga, no conseguía quitarme a uno u otro. Además, eran todos iguales ¡Parecían chinitos!, no sabías quien era quien y menos aún, recordar todos sus nombres. Que para recochineo, eran compuestos de dos. Así qué, en vez de 13, parecían 26.
       Por suerte allí, estábamos poco rato. Era una familia tan pobre, que no tenían más que torrijas, para ofrecer. Eso sí, remojadas en vino, en vez de leche. Para mí, era lo mejor, ese pan embebido en vino, rebozado y frito; era un manjar. Serían las diez, cuando salimos de aquella especie de casa y seguimos la cantata por las calles, pero ya eramos 30 locos, cantándole coplas a Jesús el nazareno.
       Así pasamos dos horas, de casa en casa, bebiendo, comiendo y como no, cantando y bailando, hasta la misa del gallo, que creo era a media noche, ¡No se!, ya estaba un poco borrachín.
       La misa del gallo, era genial para soñar con los ángeles y descansar de tanto jaleo. Realmente nos purificaba, me sentaba en el centro, con mis florecillas silvestres. Y con los cánticos en latín y la fragancia de mis musas, volaba en sueños; feliz, pleno de luz y de amor. Por eso, cuando entro en una iglesia rural, siento el aroma de las flores y escucho, ese canto angelical.
       Desperté en volandas de mi padre, con el rocío de la noche, brillando en las arenas de la plaza de toros. Allí habían montado un tablao y cienes de miles de sillas, inundaban el circulo; por suerte, no había ningún toro por allí. Hubiera sido una tangana, con tantos lunares rojos, yo de todas maneras, no dejaba de mirar al redil, por si acaso.
       Después del espectáculo, recorríamos el camino de las casas, pero a la inversa, dejando y despidiendo a los que habíamos recogido antes. Yo, solía quedarme con el "chache pelao" y mis muñequitas perfumadas. Como entre todos no abultábamos más de cuatro, dormíamos en la cama grande. Mientras, cantaba el gallo como un lamento y preguntaba ¿Porqué lloran los gallos? Y ellas me respondían riendo ¡Te tiene envidia! Por ser gallito sin cresta, con 7 gallinitas flamencas. ¡Ohhh...que delicia! Dormir la mañana, junto a mis traviesas y resbaladizas mariposas.
       Nuestro juego favorito, era las cosquillas bajo las mantas, 16 manitas como peces de colores, torturaban a sus víctimas. Y como gato panza arriba, me moría de risa hasta llorar y quedar dormido; con el rum-rum de nuestros corazones.
Otro gallo cantó 
y despertó de su viaje,
Abrazado a sus recuerdos
¿Porqué lloraba, el Gallo?
Esta vez si lo sabía,
Era de alegría
por ver salir el sol
Entre cosquillas perfumadas.

Manel-li-to

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