SHELMA T´astimu

SHELMA T´astimu
T´ASTIMU FILLA

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domingo, 7 de abril de 2013

Cap. 3. El Loco -Le Mat- 1º parte





EL LOCO-LE MAT     
  Hemis, se quedó dormido con el álbum en su pecho y al despertar, ordenó las pistas que tenía. Aquella mujer, Merce, no le había aclarado nada, además, no parecía de fiar, sin embargo, su amiga ¡Claro, la amiga luminosa! Había quedado con ella esa misma mañana, ella le parecía distinta, aunque un tanto misteriosa. Pero realmente aquellos ojos abismales y dilatados, habían echo renacer en Hemis un torbellino de deseos fútiles.  
  Se preparó un buen baño de sales y allí se postró, para relajar todo su cuerpo, como si fuera un madero a la deriva. Así dejó sus pensamientos navegando entre dos aguas y entre dientes hablaba cual rumiante:  
  El camino nunca es largo, lo enrevesado esta en transitarlo, cuando menos te lo esperas y crees, que estas cerca del buen camino, cuando crees que todo marcha bien. Te das cuenta que has perdido, tienes que volver a empezar. Nada hay, donde nada llega y cuando ves, que no hay nada, la luz se esconde tras las cortinas de lo oculto, tu luz, tus miras, se funden de nuevo.
  Tiempos vespertinos, riegan nuestras mentes y un soplo de silencio, asola nuestros cuerpos y mientras tanto, la vida es una curva de aprendizaje, cuando piensas que ha girado por completo, sólo te recuerda que vuelve a empezar y así sin fin, como la rueda de un molino, o la rueda del Samsara.
       Hemis, se vistió y fue al mercadillo de las bestias, tal como le había indicado Assís, detrás del zoo. Las calles estaban repletas de gente, era domingo y la plebe se mezcla con los nobles, para oír misa. Las costumbres en la ciudad, son parecida en los pueblos; después del sermón la gente pasea por las calles, a lucir sus mejores galas y chismotear entre si. Luego van de visita, recorriendo casas por cortesía, sin un porqué fijo, y salen de ellas rápido sin motivo. Allí, por norma ni es esperado, ni los encuentran a faltar al salir, luego van a comer y echar la siesta.
  La noche en la ciudad es diferente, se suele ir al teatro, a silbar los malos artistas o aplaudir la sonrisa de una dama. Entretanto, llegó Hemis a un descampado donde la gente y las bestias parecían de la misma clase social. Las personas voceaban entre ellas y los animales, parecían murmurar mientras rumiaban. Hemis, se acercó a un abrevadero, donde un burro negro azabache; con una luna blanca entre los ojos, empezó a rebuznar al verlo.
  Hemis, acaricio su cuello mientras decía, tranquilo luna, ya estoy aquí, como si se conociesen de toda la vida. Habían conectado, el burrito se dejó querer y relamió con entusiasmo la cara de Hemis. Al instante, apareció un ser parecido a una persona; encorvado, de entrecejo arrugado y velloso, de voz ronca, con las manos negras como el carbón. Y que decir de su ropa; estrafalaria, mal echa y no muy limpia. Era un hombre como del siglo pasado; ordinario y bruto, como nuestro querido Sancho Panza.  
 — ¡Bueno díaz, zeñorito! ¿E guapo mí Lunero? ¡Eh!
 — Sí, mucho ¿Que vale?  
— ¡Oh...barato! Una onza el burrito y otra la yegua. Tota, doz onzas y zon zuyos.
— ¡Bueno!, pero yo, sólo quiero el burro.  
— ¡Ay, zeñorito! Ya quiziera yo complacele, peo ézte burro ez terco como una mula, ze encaprixo de la yegua y no pué esta zin ella. No come ni bebe, zino esta junto a ella, además, eta preña ¡No puee aseparar un pare de zu hijo!, aunque éte sea un burrito.
  Hemis, se quedó pensativo unos momentos, mientras miraba a la yegua ¿Es verdad, eso que dice tu dueño? Ella relincho con un Síiiiiii.
— ¡Vale, de acuerdo! Le doy una onza y media y trato hecho —regateo Hemis, por la costumbre de esa ley no escrita.
— ¡Bueno! Pero además quiero eze chaleco que lleva y no hay másque habla.
Hemis, acepto de buen grado. El trato era bueno, se llevaba tres jumentos, por el precio de dos y realmente, aquel burrito había conectado con él. Pensó que sería un buen lazarillo para Pera, además sería más manejable para el viejo; parecía más listo que la yegua, más tranquilo y no se equivocaba.
  Así pues, se monto en la yegua y regreso al café. Empezó a pensar el nombre, que debería poner a esa esplendida yegua; su pelaje era negro como la noche más brillante.
  Esa oscuridad tan resplandeciente, evoco a Hemis un nombre, Deméter la Diosa de los cereales. Según la mitología griega, Deméter, en duelo por su hija perdida, trae el invierno, cuando la recupera, llega la primavera.
Deméter, estaba implicada en sus rituales hacia la muerte y la resurrección. Hemis, fiel a su costumbre de hablar a los animales como si fueran personas, le preguntó si le gustaba ese nombre y le explicó su significado.   Deméter, pareció entender y afirmó enérgicamente su cuello arriba y abajo, acompañado de un relincho suave parecido a un ¡Siii...! Al unisono el burrito parecía confirmar su agrado, con un rebuzno repetitivo ¡Sio..., siooo! Y el asunto quedó zanjado entre los tres.
  Entre tanto llegaron al café de la estrella rosa, Hemis aposentó a la pareja de tres, en la cuadra trasera del café. Un mozo saltarín apareció de repente, y con señas le informo que él cuidaría de ellos. Hemis, le dio una buena propina, éste, se puso tan contento que empezó a brincar. Besaba o más bien, relamía la mano de Hemis, con gran entusiasmo, mientras gemía como un cachorro de hombre.
Hemis, un tanto conmovido por la escena entró en el café y se sentó en el rincón de las flores. Las mesas estaban ocupadas, la mayoría estaban desayunando, pero había otras mesas en las que la gente leía o escribía.
Le llamó la atención un hombre que tenía aspecto de buhonero y lo miraba con insistencia, comprendió enseguida que estaba dibujando. Hemis, esbozo un saludo sujetando el ala de su sombrero y éste levanto su carboncillo hacía él, guiñando un ojo, formando así una mueca a modo de sonrisa sarcástica.
Assís, se acercó y le ofreció un té y tres pastelillos de hojaldre. Hemis, degusto con placer y parsimonia, los dulces y el té, mientras informaba a su nuevo amigo, la compra de las bestias. Hemis, se interesó por el mozo de cuadra. Assís, contó a grandes rasgos su pequeña historia:
Cierto día, bajaba de la montaña a collbató, empezó a oscurecer y tomé un atajo para bajar más rápido, no me gustaba aquel camino porque era muy abrupto y peligroso, entonces, escuche un quejido. En principio parecía un gato en celo, pero cuando estuve más cerca del sonido, me pareció un llanto de bebé. Me acerqué hasta su guarida entre los zarzales y vi una pequeña caverna. Cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad, observé restos de comida y varias pieles de jabalí.
  Destape una de ellas con precaución y de golpe una pequeña mano araño mi brazo, y se apartó a un rincón de la caverna. Se quedó observándome, como esperando la mejor ocasión para saltar sobre mí, mientras gruñía para intimidarme.
Me quedé petrificado sin saber que hacer, realmente era un niño de unos siete años, pero salvaje ¿Qué hacer? Me pregunte un millón de veces, tengo que hacerle entender que no soy un peligro. Entonces, lo traté como lo que parecía, un cachorro asustado de cualquier especie, poco a poco, midiendo los movimientos saqué de mí bolsa, unos pastelillos de miel y almendra, que siempre llevo conmigo.
Lo olíó enérgicamente y lo chupé, sacando la lengua todo lo que podía, para que viera bien lo que hacía, le dí un mordisco y tire el resto a sus pies. Me miró fijamente a los ojos, como si quisiera hipnotizarme y con un movimiento veloz, cogió el pastelillo y sin quitarme el ojo de encima lo devoro con ansiedad. Así conseguí, poco a poco, dulce tras dulce, relajar la tensión en la que estábamos.
Después de la comilona ya relajado y confiado, se quedó dormido y yo sin quererlo también. Desperté al alba con la brisa del amanecer, escudriñe la caverna y estaba sólo. En principio, pensé que todo había sido un sueño, pero cuando me despeje y observé mi entorno, me di cuenta de que todo había sido real.  
Busqué por los alrededores durante toda la mañana y no lo encontré, regresé al cubil en busca de mi bolsa, pero tampoco estaba. Resignado, volví a casa y me prepare un baño vaporoso para relajarme y meditar aquel suceso extraño.  
Cuando el último rayo de sol, desapareció en el horizonte de mi balcón, un soplo de viento lo abrió y allí estaba él, acurrucado en el suelo con la bolsa a sus pies. Le ofrecí mí mejor sonrisa, me puse la mano en el pecho y le dije, Assís, me llamo, AAssis. Él, miró a su alrededor y al ver el espejo entelado por el baño, dibujó una cruz. Así me hizo saber que su nombre era Jesús.
En ese momento entró Luz, con la elegancia por bandera, el resplandor de su juventud emergía a borbotones; en sus gestos, su mirada, la manera de andar. A Hemis, le parecía una Diva, era como el frió y la lluvia de invierno; qué penetra hasta los huesos para no separarse nunca de tu cuerpo.
¡Hola gente! Exclamó Luz, derrochando dos besos al aire y su bella sonrisa. El café, quedó en silencio por unos instantes observándola, como si fuera una aparición, ella se ruborizo un tanto avergonzada y se sentó junto a Hemis. Estuvieron hablando de esto y aquello, no se conocían de nada, pero sus almas estaban conectadas, sus afinidades eran constantes. Y sus Awens, por lo visto ya se conocían. No os ha pasado nunca, conocer a alguien y conectar, sin más retórica. Cuantas veces habréis coincido en vuestras fantasías, en esos viajes tan plenos de vida.
 
El dibujante se acercó a la pareja e hizo una reverencia. Con un papel a modo de sombrero, hizo ver que se descubría la cabeza y exclamo:
— Es un placer Condesa, qué nos regaléis vuestro aroma y belleza. No he podido evitar la tentación, de intentar emular vuestro semblante, es para vos bella dama.
— ¡Oh... Amigo mío! Qué bello detalle, mi Leonardo, sós tan amable. Dame un par de besos anda, que lo estas deseando.
El bullicio del café era una sinfonía en Do Mayor, los tenedores, los platos, la gente boceaba mientras comían; había hasta un perro en el suelo, con su plato.
La pareja se había olvidado de comer, no lo necesitaban. Estaban degustando, el plato más exquisito de la vida; las palabras sabían a canela, sus miradas ruborizaban sus labios, el contacto de sus manos, saciaban la sed de la pasión. Sus risas removían su estomago, como un susurro amoroso ¡Cómo iban a comer! Si ya estaban servidos.  
  — ¡Éstee, mirá sielo! Tenemos que hablar del Grial.
— No me dirás lo mismo que tu amiga  —exclamó, torciendo la boca hacía la derecha, en tono de reproche.  
— ¡Paráte, para...Concholes! No seás bobo, sólo quiero ayudarte. Contarte la historia de ese camiiino del grial. Luego, vos deçidirás lo qué más os conveeenga, pero te meterás en un Quilombo. Aunque, no te quiero embolar. Cada cuál debe seguir su camino, aunque éste seá tortuoooso, impooosible o peligroooso.
— ¡A les hores! Ya puedes empezar, soy todo oídos  —afirmó, tocándose la orejas y acercándose ligeramente a sus labios.
Ella, entreabrió su carnosa flor y le regalo un beso en el lóbulo. Él, se ruborizo y tomó sus manos, exclamando. Cerraré los ojos y seguiré tú luz, Lussisa. Y no tengas prisa, deja que disfrute de tú canto de sirena.  Entonces, él cerró los ojos y entreabrió su Awen.
   Luz, rebuscó entre la falda vaporosa, el rincón de las flores era discreto y menos mal que Hemis, tenía los ojos cerrados, sino, no sé, no sé. En fin, sacó un libro voluminoso con las tapas de madera fina. Lo aposento en sus rodillas, tomó la mano de Hemis y la depositó sobre el grabado.
       — ¿Qué veeen tus deeedos? —susurró con voz misteriosa.
       — ¡Escucha boluda! ¿Te crees qué soy Pera, o qué?
       — ¡No me digáaas boluda! No lo soporto y además es argentino no de mi Venezuela hermosa —objetó indignada frunciendo el ceño.
  Hemis, abrió los ojos y sin pensarlo dos veces, rozó sus labios con ternura y se dejó llevar. Ella, con el vello erizado y el corazón galopante, se dejó querer. Era su primer beso y el cosquilleo que le recorría de los pies a la cabeza, parecíale un vértigo agradable y dulce. El séptimo pálpito, fue suficiente para tener un pequeño desmayo.
Cuando ambos, despertaron de ese fugaz, pero eterno momento. Hemis, con los ojos cerrados bisbiseo —tengo un Awen muy travieso, y no lo puedo controlar essscusssa-meee—.  Ella, encendida como un farolillo, se lo quedó mirando fijamente y se destornillo de risa.
— ¡Bueno, bueno! No nos vaaamos, a embolaaar por un beso peregriiino. Escuchá y estàte quieto, con tu travieso Awen.
  El camino del Grial, sólo es el prinssipio de una gran rueeeda, que quiçás no tenga final o no vivás para contarlo. Jinas, es un encantamieeento de los Celtas. Allíii, es donde se encuentra el castiiyo y el lago famoso, con parte de la montaaaña.
Mientras se deleitaba con su armoniosa voz, abrió el libro. Al ojearlo, miro fugazmente y observó un capitulo titulado, las Montañas Sagradas de los Celtas, en la península Ibérica. Y leyó: " No soy yo lo importante, sino el lugar donde me hallo ". Cristian.  Empezó a otear las innumerables montañas, y exclamó.    
— ¡Mira noia -chica-!, la montaña número venti-uno es Montserrat y están estos símbolos extraños, que diablos serán estos símbolos.
— ¡No sé! —exclamó Luz—, ya lo estudiaremos. Lo que sí es çierto, que para eyoos, el Monte formaba parte de la tieeerra. En las Religiosidades naturales, fue la primera en ser açeptada por el Hombre: Como intento de comunicaçión, con lo desconoçido. El "Mont " monte, se convirtió en una forma de Antena, tendida por la Diosa Maaadre, como vinculo de la relaçión con el Padre Sol. Fundador de vida, el rayo verde famoooso.
— ¡Sí claro, ya sé! En sus cumbres elevaban sus rezos a las Divinidades Masculinas y en las cuevas de sus laderas, a las Diosas. Por eso, vino madre igual que tú creo, a Montserrat. A esa Catalunya exoterica por naturaleza, País por donde antes se asoma el astro Rey, en la Península Ibérica.
— ¡Claro Hemis! Ya lo deçían los Çeltas, aquí lo ponè ¿Veees? Montserrat, la montaña sagrada por exceleeencia, en el çentro de Cataluunya. Es el ejemplo de un altar natural, que por sus innumerables propiedaaades: Donde las corrieeentes Telúuuricas, que se crusan en sus entrañas, inçentivan la fuersa que ella transmite ¡Por eso como disen! Montserrat, por tanto, és una de las cumbres sacras más importaaantes; para muuuchos, el mayor enclave esotéeerico del muuundo Occidental.  

............ Corasóon maternaal y espiritual de Catalunya. En ése altar natural, mi querido Hemis, és donde mejor se puede persibir la fuerça Telúrica, de la Madre Tierra. Cuentán las leyendas quée:
A ésta montanya, acudían las gentes de la antigua Selta. Era un peregrinaje, que hasían al iniçio de la primavera, para lavar sus pecados y curar sus enfermedades. Éste poder de atracsión, fue reçibido mucho después por los Anacoretas Cristiaaanos ¡Ésteee. Por lo visto! subían a ella para elevar sus reços al Altísimo: conocerse a si mismos y vivir de la meditación en Montserrat.    
¡Sí, estimado amiguito! —se atrevió a decir—. Uno de esos Anacoretas que vivió en aquellos ámbitos, fue San Ignacio de Loyola (1491-1556). Fundador de la compañía de Jesús; aquí redactó el futuro de la orden que iba a revolucionar los pilares de la Iglesia.  
— ¡Vaya, vaya! Veo que has estudiado el tema, me dejas asombrado ¿Como una mujer extranjera, puede saber más que yo, de este tema?, qué nací aquí. Contigo va a ser fácil el camino. Te contaré una leyenda, la estudié para ver si había algún dato del grial:      
Al anochecer de un sábado, sobre el 880, una gran luz descendió del cielo, cuyo resplandor dejo extasiados a unos pastorcillos y escucharon una melodía angelical. Al sábado siguiente, fueron los niños con sus padres y pasó lo mismo, y así los cuatro sábados siguientes. Fue ¡Aleshores! Cuando el Rector de Olesa de Montserrat, quiso saber  de aquella maravilla estelar.      
El Obispo, qué por aquellos días estaba en Manresa, no tardó en tener noticias de lo ocurrente y no dudo en subir a su cima. Y así comprobar los hechos con sus ojos. En esa expedición se descubrió una caverna natural, la Santa Cova. En cuyo interior encontraron una imagen de María, con el niño en su regazo: Con la cara y las manos de color negro oliva. El Obispo, no dudo en proponer el traslado a Manresa, pero, apenas sacada del interior de la cueva, la imagen se hizo tan pesada que no se podía mover del suelo.
Así fue, que construyo una Capilla. Según la leyenda, la Moreneta fue esculpida en madera quemada por efecto de un rayo por San Lucas, en Jerusalén y traída a Catalunya por San Pedro. Fue ocultada a principios del Siglo VII a causa de la invasión musulmana y trasladada a Montserrat, donde sería escondida en la Santa Cova y allí permaneció, hasta el 880, año de los fenómenos de las extrañas luces.    
— ¡Ché parate! Por qué, se da la circunstançia, que  en el soporte de la Virgen Negra, aparezca grabado un San Miguel, vençiendo a un dragón ¿Sí esçierto ? —esclamó incredula.
        — Es vedad, pero hay infinidad de leyendas al caso. Pero lo del Santo Grial, junto a la Moreneta, significa que el Grial supone la conjunción de dos elementos. El principio femenino, representado por el Cáliz y la sangre de Cristo, como principio Masculino —según los creyentes claro—. La montaña sagrada es, por tanto, el punto final de un iniciátivo viaje, hacia el interior de uno mismo. Y es aquí, donde se halla la vinculación de Montserrat con el Temple, a través de la Moreneta. Los templarios eran bien conscientes de la significación sacra, de estas alturas para los pueblos Celtas.      
Son los caballeros esotéricos por antonomasia, del mundo medieval. Conocedores de las ciencias Herméticas y del poder Telúrico y druídico de estos enclaves. Supieron muy bien, seguir las huellas de las civilizaciones más cultas de la España Celta, y Montserrat transmite tales conceptos. Por ello, dedicaron los templos, a los dioses, que luego, ya en tiempos medievales, serían cristianizados: Sant Miquel, Sant Jeroni, Sant Joan, Sant Iscle, etc... Y lo mismo ocurrió con las cuevas, símbolo del útero de la tierra: la  Santa Cova, Santa Magdalena, Santa Cecilia...
Entonces los templarios, situaron allí la localización de una Diosa Madre de color negro. Era el lugar donde se manifestaba el poder de la madre tierra. Y la veneraban por encima del Dios Padre, al tiempo que le otorgaban, el poder de la vida de la creación del espíritu, como intercesora y dadora de vida.    
— ¡Ché! Menudo quilombo. Ahorita,recordé haber leído, que los templarios vinculaaaban Montserrat, con la residencia de la Reina de las brujas. Al tiempo que consideraban ésta montaña, como un iinnmeenso dolmen y además, se dise que éstas construcsiones Megalíticas, actúan a modo de agua de acupuntura con la tierra: cómo un gigantesco Tothen, catalizador de poder, entre lo Telúrico, lo Humano y lo Diviino ¡Y estaban persuadidos! que debajo de él, en sus entrañas rocosas, existe un lago subterráneo. 
        — ¡Y tienen razón!, científicamente es así. Estuve revisando los archivos geológicos de éste enclave y todo indica que ese lago está, otra cosa es llegar a él.
        Madre, describe el lugar de su encuentro con el Dios en su Álbum y he podido deducir, que su entrada esta en una cueva. Pero aquí, hay cientos de cuevas. Creo que voy a empezar por la más conocida, las de Sal-nitre.    
— ¡Ché, pues! Así qué estas dispuesto a seguir ese camino tortuoso y máaagico.  
Así, en esta dicotomía, fueron pasando los minutos y con ellos las horas. La noche aplaudía floreciendo al firmamento, con sus estrellas.  Y una de ellas era Luz, si tuviera que definir la personalidad de ella, lo haría identificándola con la carta de la estrella. Pero ahora, voy a plasmar una hoja del álbum, que leyó Hemis:

2 comentarios:

  1. Hermoso escrito crecido en la historia de la Moreneta, unido al romance de Hemis y Luz, sigue el misterio y eso me encanta...besos bell muy bien...

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    1. que alegria mi amol que te guste y te entrelazes en la historia besitotes mi cel bell

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